sábado, 18 de enero de 2014

Algunas notas sobre "La casa de hojas" de Mark Z. Danielewski



La lectura de esta maravillosa novela no dejará a nadie indiferente, ya sea porque le parezca una odisea infumable o bien porque en ella encuentre algo diferente que el mercado editorial no suele ofrecer salvo en clásicos que no siempre hay en las librerías.
Danielewski consigue con esta su primera novela una obra vanguardista que si bien no aporta grandes novedades, puesto que muchas de esas particularidades ya las encontramos en otros autores, sean de la época que sean, sí que se agradece que un autor novel se atreva a juntarlas, mezclarlas y entregar al lector un ejercicio de inteligencia, terror y humor. La necesidad de un receptor activo y audaz es la nota más llamativa de este novelón –entienda cada cual este término por su extensión o por su calidad, o por ambos- del que no vamos a hacer un análisis exhaustivo, sino del que vamos a citar las que, a nuestro parecer, son las cuatro características que lo distinguen de la gran mayoría de novelas que se editan hoy en día –para nuestra desgracia- porque juega con los límites y la imaginación suprema en todos los ámbitos.

(i) JUEGO DE NARRADORES. El “tópico del manuscrito encontrado” que tan sabia y famosamente ofreció Cervantes en El Quijote y que luego han seguido y copiado y versionado tantos y tantos escritores se da también en La casa de hojas. Haciendo un recuento encontramos en esta novela cuatro principales narradores: 1) Navidson y sus vídeos, con los que construye un documental titulado El informe Navidson, que cuenta la historia de la misteriosa casa y sus exploraciones; 2) Zampanò, un ciego misterioso y sabio que recuerda a Borges, quien –Zampanò, que no Borges- basándose principalmente en el documental aunque aportando numerosísima bibliografía, relata la historia de la casa de Ash Tree Lane; 3) Johnny Truant, tatuador juerguista, que encuentra el ingente material preparado por Zampanò y le da forma, pero además incluye notas a pie de página que en la mayoría de ocasiones no tienen nada que ver con el hilo argumental, aunque proporcionan un punto cómico y mordaz que conecta de inmediato con el lector; 4) los editores que sacan a la luz el trabajo preparado por Truant y además incluyen notas informativas que complementan todo aquello que el tatuador editor-compilador fue incapaz de resolver (por ejemplo, traducciones de citas célebres que aparecen en su lengua original). Sin embargo, otros muchos narradores ocasionales se dan cita para complementar esta historia: las cartas de la madre de Truant, la voz de Holloway cuando se queda solo y que su vídeo nos recupera, las entrevistas a Reston y Karen, la historia de Tom, o las opiniones de famosos que aparecen en “Lo que les ha parecido a algunos” (tales como Anne Rice, Harold Bloom, Stephen King, Stanley Kubrick, o Jennifer Antipala). Tantos puntos de vista y tantas perspectivas que requieren de un lector atento para no perderse en ese maremágnum de voces.

(ii) INTERTEXTUALIDAD. El narrador/narradores de La casa de hojas se vale de la cita de multitud de textos que añaden, complementan, matizan o abren nuevas puertas/hojas a lo que se cuenta. Pero hay que distinguir entre dos tipos de textos que aparecen en la novela: los reales (por ejemplo, las citas a comienzo de los capítulos como las de Mary Shelley, La Biblia, Jack London, E. A. Poe, Virgilio, Baudelaire o J. L. Borges) y los claramente ficticios o falsos (verbigracia, toda la bibliografía relacionada con El expediente Navidson que incluye incluso tres escuelas de pensamiento que debaten “la razón exacta que llevó a Navidson a entrar de nuevo en la casa”, páginas 385-407). Toda esta bibliografía falsa que puede llevar a confusión realidad-ficción al lector es todo un juego que recuerda, de nuevo, inevitablemente, al gran Borges.

(iii) PASTICHE. En esta novela cabe todo, porque en ella se nos dan muestras de todo tipo de textos que en ocasiones pueden sorprender al lector, pero lo que pretende en realidad es simular una verosimilitud que, obviamente, no tiene: textos narrativos, textos científicos, textos poéticos, guiones o textos dramáticos, fotografías, cartas (una de ellas encriptada), extensos listados de arquitectos u obras arquitectónicas, textos filosóficos, entrevistas, pentagrama musical con melodía, bibliografía...

(iv) JUEGOS VISUALES. Sin duda esta es la característica que más sorprende al lector de esta curiosa novela. A lo largo de la novela, en algunos capítulos, el texto se relaciona con su contenido tomando formas visuales que recuerdan a los caligramas, aunque en esta ocasión no son poemas, sino que páginas narrativas que simulan y sustituyen las imágenes que se están relatando, intentando –a nuestro parecer, con éxito- romper con ese dicho que dice que “una imagen vale más que mil palabras”. Un ejemplo perfecto de todo lo dicho anteriormente es el Capítulo IX, en el que Holloway, Jed y Wax se introducen por ese pasillo de oscuridad que se bifurca en un dédalo inmenso en el que el desconcierto y caos se transmiten al lector con una lectura laberíntica que requiere de un lector activo y, casi podríamos decir, con dotes espeleológicas. Otro ejemplo que ilustra a la perfección es el impresionante Capítulo XX, donde subimos, bajamos, nos asomamos al abismo, trepamos por escalerillas, atravesamos pasillos a cuatro patas o flotamos en la inmensa oscuridad horripilante con Navidson.

Estas son sólo algunas de las razones por las que merece la pena abordar esta novela que está llamada a no dejar indiferente a nadie.

Por cierto, que no se nos escapa, que al hablar sobre La casa de hojas contribuimos a que este libro crezca y crezca, y todo lo que antes hemos citado se expanda más y más, haciendo que las raíces y las hojas aumenten sin cesar. Esa es, quizá, la gran broma que esconde Danielewski en esas más de 700 páginas.

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