La lectura de esta maravillosa novela no
dejará a nadie indiferente, ya sea porque le parezca una odisea infumable o
bien porque en ella encuentre algo diferente que el mercado editorial no suele
ofrecer salvo en clásicos que no siempre hay en las librerías.
Danielewski consigue con esta su primera
novela una obra vanguardista que si bien no aporta grandes novedades, puesto
que muchas de esas particularidades ya las encontramos en otros autores, sean
de la época que sean, sí que se agradece que un autor novel se atreva a
juntarlas, mezclarlas y entregar al lector un ejercicio de inteligencia, terror
y humor. La necesidad de un receptor activo y audaz es la nota más llamativa de
este novelón –entienda cada cual este término por su extensión o por su
calidad, o por ambos- del que no vamos a hacer un análisis exhaustivo, sino del
que vamos a citar las que, a nuestro parecer, son las cuatro características
que lo distinguen de la gran mayoría de novelas que se editan hoy en día –para
nuestra desgracia- porque juega con los límites y la imaginación suprema en
todos los ámbitos.
(i) JUEGO DE NARRADORES. El “tópico del
manuscrito encontrado” que tan sabia y famosamente ofreció Cervantes en El Quijote y que luego han seguido y
copiado y versionado tantos y tantos escritores se da también en La casa de hojas. Haciendo un recuento encontramos en esta
novela cuatro principales narradores: 1) Navidson y sus vídeos, con los que
construye un documental titulado El
informe Navidson, que cuenta la historia de la misteriosa casa y sus
exploraciones; 2) Zampanò, un ciego misterioso y sabio que recuerda a Borges,
quien –Zampanò, que no Borges- basándose principalmente en el documental aunque
aportando numerosísima bibliografía, relata la historia de la casa de Ash Tree
Lane; 3) Johnny Truant, tatuador juerguista, que encuentra el ingente material
preparado por Zampanò y le da forma, pero además incluye notas a pie de página
que en la mayoría de ocasiones no tienen nada que ver con el hilo argumental,
aunque proporcionan un punto cómico y mordaz que conecta de inmediato con el
lector; 4) los editores que sacan a la luz el trabajo preparado por Truant y
además incluyen notas informativas que complementan todo aquello que el
tatuador editor-compilador fue incapaz de resolver (por ejemplo, traducciones
de citas célebres que aparecen en su lengua original). Sin embargo, otros
muchos narradores ocasionales se dan cita para complementar esta historia: las
cartas de la madre de Truant, la voz de Holloway cuando se queda solo y que su
vídeo nos recupera, las entrevistas a Reston y Karen, la historia de Tom, o las
opiniones de famosos que aparecen en “Lo que les ha parecido a algunos” (tales
como Anne Rice, Harold Bloom, Stephen King, Stanley Kubrick, o Jennifer
Antipala). Tantos puntos de vista y tantas perspectivas que requieren de un
lector atento para no perderse en ese maremágnum de voces.
(ii) INTERTEXTUALIDAD. El
narrador/narradores de La casa de hojas se vale
de la cita de multitud de textos que añaden, complementan, matizan o abren
nuevas puertas/hojas a lo que se cuenta. Pero hay que distinguir entre dos
tipos de textos que aparecen en la novela: los reales (por ejemplo, las citas a
comienzo de los capítulos como las de Mary Shelley, La Biblia, Jack London, E. A. Poe, Virgilio, Baudelaire o J. L.
Borges) y los claramente ficticios o falsos (verbigracia, toda la bibliografía
relacionada con El expediente Navidson
que incluye incluso tres escuelas de pensamiento que debaten “la razón exacta
que llevó a Navidson a entrar de nuevo en la casa”, páginas 385-407). Toda esta bibliografía
falsa que puede llevar a confusión realidad-ficción al lector es todo un juego
que recuerda, de nuevo, inevitablemente, al gran Borges.
(iii) PASTICHE. En esta novela cabe
todo, porque en ella se nos dan muestras de todo tipo de textos que en
ocasiones pueden sorprender al lector, pero lo que pretende en realidad es
simular una verosimilitud que, obviamente, no tiene: textos narrativos, textos
científicos, textos poéticos, guiones o textos dramáticos, fotografías, cartas
(una de ellas encriptada), extensos listados de arquitectos u obras
arquitectónicas, textos filosóficos, entrevistas, pentagrama musical con
melodía, bibliografía...
(iv) JUEGOS VISUALES. Sin duda esta es
la característica que más sorprende al lector de esta curiosa novela. A lo
largo de la novela, en algunos capítulos, el texto se relaciona con su
contenido tomando formas visuales que recuerdan a los caligramas, aunque en
esta ocasión no son poemas, sino que páginas narrativas que simulan y
sustituyen las imágenes que se están relatando, intentando –a nuestro parecer,
con éxito- romper con ese dicho que dice que “una imagen vale más que mil
palabras”. Un ejemplo perfecto de todo lo dicho anteriormente es el Capítulo
IX, en el que Holloway, Jed y Wax se introducen por ese pasillo de oscuridad
que se bifurca en un dédalo inmenso en el que el desconcierto y caos se
transmiten al lector con una lectura laberíntica que requiere de un lector
activo y, casi podríamos decir, con dotes espeleológicas. Otro ejemplo que
ilustra a la perfección es el impresionante Capítulo XX, donde subimos,
bajamos, nos asomamos al abismo, trepamos por escalerillas, atravesamos
pasillos a cuatro patas o flotamos en la inmensa oscuridad horripilante con
Navidson.
Estas son sólo algunas de las razones
por las que merece la pena abordar esta novela que está llamada a no dejar
indiferente a nadie.
Por cierto, que no se nos escapa, que al
hablar sobre La casa de hojas contribuimos a que este libro
crezca y crezca, y todo lo que antes hemos citado se expanda más y más,
haciendo que las raíces y las hojas aumenten sin cesar. Esa es, quizá, la gran
broma que esconde Danielewski en esas más de 700 páginas.
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