En
fin, señora, me veo
sin
mí, sin vos, y sin Dios.
Lope de Vega
Comenzó con unos besos suaves y acabó absorbiendo
todo el aire de mis pulmones con su lengua caliente como unas ascuas de miel.
Nuestros labios se fundieron en un ritual de estirones y empujones, en un juego
lascivo y sensual que iba aumentando la temperatura de mi piel bajo la ropa que
empezaba a sobrar. Ella me miraba y me
desnudaba con sus ojos, y sus manos buscaban mi espalda bajo mi camiseta, y mis
manos buscaban su culito bajo unos pantalones vaqueros que lo decían todo de
sus curvas. Me quitó la camiseta como se quitan la vida los suicidas, sin pensarlo,
y comenzó a morderme el cuello mientras yo le desabrochaba esos pantalones
vaqueros que tanto me molestaban. Su lengua siguió el curso de un río y bajó
hasta mis pezones, y allí se entretuvo convirtiéndolos en rocas ardientes,
mordiéndolos lentamente y saboreándolos sin condiciones ni excesos. Mientras,
mis torpes manos ya habían conseguido abrir sus pantalones y bajárselos hasta
las rodillas, quedando al descubierto un tanguita negro que no me dejaba ver el
tesoro que bajo él se escondía. Decidió su boca regresar a la mía, pero sus
manos decidieron bajar hasta mis pantalones y desabrocharlos y bajarlos hasta
que cayeron a mis pies, y luego continuaron su capricho acariciando mi culito
mientras se introducían por dentro de mis slips. Mi lengua recorrió su cuello
de arriba abajo, inspeccionando cada centímetro de su piel dulce, y mis manos
también buscaron su culito y atrajeron su cuerpo hacia el mío, uniendo nuestros
vientres calientes en una confusión de pequeños jadeos incipientes. Cuando
quise darme cuenta, se había quitado la camiseta y unos pechos como manzanas
verdes asomaban de su sujetador negro, uno de cuyos tirantes bajé con lentitud
estudiada mientras mi lengua seguía jugando con su cuello de azúcar. Se apretó
entonces más a mí y noté sus pezones contra mis pezones, una fricción de la que
surgían chispas y que provocó que bajo mis slips creciera mi pene y aumentara
el roce con su tanguita, que estaba empezando a ponerse húmedo al notar mi
polla rozándose contra su rajita escondida bajo la tela de su ropa interior.
Con mis dedos conseguí por fin desabrochar el sujetador y eliminar la penúltima
muralla que separaba su cuerpo del mío, tirándolo a un lado sin mirar dónde
caía, y mientras nos comíamos la boca nos apretamos más si cabe el uno al otro.
Pude sentir sus senos cálidos presionando mi pecho, y como ya nos movíamos
instintivamente, cadera contra cadera, como si no quedasen ni slips ni tanguita
de por medio, sus tetas subían y bajaban en un movimiento vibratorio que era un
terremoto sexual en nuestras carnes. Ahora fue mi boca la que descendía,
dejando un rastro de saliva desde su cuello hasta su ombligo, pasando por sus
dos pezones, donde estuve mamando hambrientamente. Una vez llegado al centro de
su cuerpo, lo rodeé y seguí lamiendo por encima de su tanguita, buscando la
forma que me indicase donde estaba su rajita caliente y empapada, y mis besos
llenaron su tanga hasta que ella no resistió más y lo bajó bruscamente: era el
momento de besar y chupar y lamer su clítoris. Sus jadeos se intensificaron y
subieron el volumen, mientras sus manos cogieron los cabellos de mi cabeza y me
acercaron más a sus muslos, completamente sin vello, supongo que para
cerciorarse de que no me iba a separar de allí. Estuve excitándola con la
lengua largo rato que se me hizo breve, escuchando sus gemiditos cachondos,
hasta que me cogió fuerte de los cabellos y me subió. Me besó largamente en la
boca mirándome de hito en hito, y luego me sonrió y se mordió el labio inferior
–“me encantas” me susurró- y bajó ella. Cuando quise darme cuenta, mi pene
estaba dentro de su boca y su lengua lo recorría sin parar. Con la mano me
estaba masturbando y con la boca seguía el mismo juego: dentro y fuera, dentro
y fuera, en una mezcla de saliva y líquidos presementales que me estaba
volviendo loco y que a ella parecía poner más cachonda todavía, pues con los
dedos de la otra mano se estaba acariciando la rajita. Siguió comiéndomela y
masturbándome a la vez hasta que miró hacia arriba y vio que mi rostro era el
del amante que está a punto de rebosar. En aquel momento llegó de nuevo su cara
hasta la mía, nos miramos cómplicemente, y empezando de nuevo el placer de
besarnos, sus manos iniciaron los mimos de mi polla mientras mis manos los
arrumacos en su coñito emprendieron. Luego nos tumbamos en la cama sin
soltarnos de la boca y la penetré despacio hasta el fondo.
Estaba fumándose el primer cigarrillo poscoital
cuando, tras soltar el humo formando un anillo de formas perfectas, me dijo: “Y
ahora, ¿ cómo se lo explicamos a tu padre, hijo mío?”
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