domingo, 12 de enero de 2014

SIN VENGANZA



En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos, y sin Dios.
                           Lope de Vega


Comenzó con unos besos suaves y acabó absorbiendo todo el aire de mis pulmones con su lengua caliente como unas ascuas de miel. Nuestros labios se fundieron en un ritual de estirones y empujones, en un juego lascivo y sensual que iba aumentando la temperatura de mi piel bajo la ropa que empezaba a sobrar. Ella me miraba y  me desnudaba con sus ojos, y sus manos buscaban mi espalda bajo mi camiseta, y mis manos buscaban su culito bajo unos pantalones vaqueros que lo decían todo de sus curvas. Me quitó la camiseta como se quitan la vida los suicidas, sin pensarlo, y comenzó a morderme el cuello mientras yo le desabrochaba esos pantalones vaqueros que tanto me molestaban. Su lengua siguió el curso de un río y bajó hasta mis pezones, y allí se entretuvo convirtiéndolos en rocas ardientes, mordiéndolos lentamente y saboreándolos sin condiciones ni excesos. Mientras, mis torpes manos ya habían conseguido abrir sus pantalones y bajárselos hasta las rodillas, quedando al descubierto un tanguita negro que no me dejaba ver el tesoro que bajo él se escondía. Decidió su boca regresar a la mía, pero sus manos decidieron bajar hasta mis pantalones y desabrocharlos y bajarlos hasta que cayeron a mis pies, y luego continuaron su capricho acariciando mi culito mientras se introducían por dentro de mis slips. Mi lengua recorrió su cuello de arriba abajo, inspeccionando cada centímetro de su piel dulce, y mis manos también buscaron su culito y atrajeron su cuerpo hacia el mío, uniendo nuestros vientres calientes en una confusión de pequeños jadeos incipientes. Cuando quise darme cuenta, se había quitado la camiseta y unos pechos como manzanas verdes asomaban de su sujetador negro, uno de cuyos tirantes bajé con lentitud estudiada mientras mi lengua seguía jugando con su cuello de azúcar. Se apretó entonces más a mí y noté sus pezones contra mis pezones, una fricción de la que surgían chispas y que provocó que bajo mis slips creciera mi pene y aumentara el roce con su tanguita, que estaba empezando a ponerse húmedo al notar mi polla rozándose contra su rajita escondida bajo la tela de su ropa interior. Con mis dedos conseguí por fin desabrochar el sujetador y eliminar la penúltima muralla que separaba su cuerpo del mío, tirándolo a un lado sin mirar dónde caía, y mientras nos comíamos la boca nos apretamos más si cabe el uno al otro. Pude sentir sus senos cálidos presionando mi pecho, y como ya nos movíamos instintivamente, cadera contra cadera, como si no quedasen ni slips ni tanguita de por medio, sus tetas subían y bajaban en un movimiento vibratorio que era un terremoto sexual en nuestras carnes. Ahora fue mi boca la que descendía, dejando un rastro de saliva desde su cuello hasta su ombligo, pasando por sus dos pezones, donde estuve mamando hambrientamente. Una vez llegado al centro de su cuerpo, lo rodeé y seguí lamiendo por encima de su tanguita, buscando la forma que me indicase donde estaba su rajita caliente y empapada, y mis besos llenaron su tanga hasta que ella no resistió más y lo bajó bruscamente: era el momento de besar y chupar y lamer su clítoris. Sus jadeos se intensificaron y subieron el volumen, mientras sus manos cogieron los cabellos de mi cabeza y me acercaron más a sus muslos, completamente sin vello, supongo que para cerciorarse de que no me iba a separar de allí. Estuve excitándola con la lengua largo rato que se me hizo breve, escuchando sus gemiditos cachondos, hasta que me cogió fuerte de los cabellos y me subió. Me besó largamente en la boca mirándome de hito en hito, y luego me sonrió y se mordió el labio inferior –“me encantas” me susurró- y bajó ella. Cuando quise darme cuenta, mi pene estaba dentro de su boca y su lengua lo recorría sin parar. Con la mano me estaba masturbando y con la boca seguía el mismo juego: dentro y fuera, dentro y fuera, en una mezcla de saliva y líquidos presementales que me estaba volviendo loco y que a ella parecía poner más cachonda todavía, pues con los dedos de la otra mano se estaba acariciando la rajita. Siguió comiéndomela y masturbándome a la vez hasta que miró hacia arriba y vio que mi rostro era el del amante que está a punto de rebosar. En aquel momento llegó de nuevo su cara hasta la mía, nos miramos cómplicemente, y empezando de nuevo el placer de besarnos, sus manos iniciaron los mimos de mi polla mientras mis manos los arrumacos en su coñito emprendieron. Luego nos tumbamos en la cama sin soltarnos de la boca y la penetré despacio hasta el fondo.


Estaba fumándose el primer cigarrillo poscoital cuando, tras soltar el humo formando un anillo de formas perfectas, me dijo: “Y ahora, ¿ cómo se lo explicamos a tu padre, hijo mío?”

No hay comentarios: